Parte 1
¿Qué ha sido de la clase obrera en México? Notas para un análisis de la situación.
¿Qué ha sido de la clase obrera en la historia reciente de México, específicamente respecto a sus formas de existencia y posibilidades de lucha política? Sin duda una pregunta tan amplia como compleja, pues el panorama tiene tonalidades más oscuras que claras.
Habría que comenzar por reconocer que en los años inmediatos se ha producido una abundante bibliografía en torno a planteamientos como el fin del proletariado, el advenimiento de las sociedades post-industriales, la pérdida de centralidad del trabajo para comprender las dinámicas sociales contemporáneas, el surgimiento de una nueva morfología del trabajo, la necesidad de distinguir nuevas formas de trabajo no clásico. No obstante, dentro del campo de la militancia política, aún hace falta discutir a mayor profundidad sobre el devenir de los asalariados en general y los obreros en particular durante las últimas décadas en situaciones específicas, problematizando por qué ha ocurrido de cierta forma y no de otra. Precisamente, hacia ese rumbo intentan apuntar las siguientes líneas.
A manera de contexto, es preciso destacar que la derrota y desarticulación de la clase obrera existente antes de la década de 1990 fue uno de los factores que posibilitó en gran medida una nueva época. Signada por un proyecto de sociedad que, en el contexto de la crisis multidimensional estallada en el año de 1982, logró emerger y presentarse como la opción viable para reestructurar la política económica y la forma de Estado, que persisten hasta el momento actual.
En ese sentido, bajo el objetivo de estudiar el ámbito de la experiencia de la clase obrera de las últimas décadas, es pertinente proponer una caracterización general sobre la configuración y las tensiones recreadas en ella, por lo menos desde la década de 1980 a lo largo del espacio de las relaciones sociales que han constreñido o posibilitado la politización, movilización, organización y realización de los trabajadores industriales en su historia reciente. Esa perspectiva permite identificar el terreno donde se han recreado los actores y problemas históricos del mundo del trabajo; signado por los fenómenos de vulnerabilidad y desregulación, propios del proceso histórico de relaciones estructurales, campo de potenciales conflictos, en la experiencia colectiva de los obreros durante la época neoliberal.
Una época cuyo terreno socioeconómico del tejido estructural, espacio donde vive y se recrea la clase obrera, está sostenido por un conjunto de cuatro pilares. De los cuales destacan por su centralidad las siguientes evidencias:
- Reducción crónica de los obreros industriales respecto al conjunto de la Población Económicamente Activa.
- Bajos sueldos, insuficientes para garantizar de manera integral necesidades básicas.
- Más de la mitad del conjunto de asalariados sin acceso a la cobertura de los sistemas de seguridad social, que permitan su propia reproducción.
- Dispersión geográfica desde el sitio de trabajo, a través de pequeñas empresas donde predomina la tendencia a contar con menos de diez empleados, concentrados en la frontera norte del país; particularmente en el sector de la Industria Maquiladora de Exportación (IME), caracterizada por la inestabilidad, flexibilidad y polivalencia de sus obreros.
- Baja densidad sindical, con una sostenida tendencia decreciente desde finales de la década de 1990 al momento actual.
- La tendencia hacia la desregulación de los mercados laborales, al suplir el modelo contractual de la Revolución mexicana y la política tutelar del Estado con los trabajadores, por otro distinto, que procura abaratar los salarios como una ventaja comparativa en el tenor de la nueva política económica, con énfasis en el mercado internacional.
I.- Para enmarcar la configuración de la estructura de clase de los obreros en México.
El neoliberalismo, como época gestada desde la década de 1980, ha configurado un entramado de relaciones de dominación en torno al proyecto político que estipula a la economía de libre mercado como eje rector de la sociedad. En sintonía con ello, ha impactado la estructura de la clase obrera a partir de dos ejes principales. Por una parte, una vulnerabilidad generalizada de los trabajadores industriales, resultado de nuevas estrategias de organización de los procesos de trabajo; de su reducción, dispersión y desagregación desde el sitio de trabajo; además de una baja densidad sindical autónoma.
Simultáneamente, se ha consolidado una desregulación del mundo del trabajo a través de un nuevo modelo contractual flexibilizado –en cuanto definición de salarios, formas de contratación, polivalencia de funciones y delimitación de jornadas-, y su expresión en reformas de carácter jurídico que han incrementado la asimetría de poder entre empresas y trabajadores.
Ambos ejes han marcado la historia reciente de la clase obrera, mediante la interacción de cuatro elementos característicos de la época: una nueva forma de Estado que ajustó su relación con la sociedad, acotando su carácter tutelar y vieja alianza corporativa con los sindicatos obreros del siglo pasado; una nueva política económica que reconfiguró la estructura de la planta productiva nacional para priorizar el desarrollo de la industria maquiladora exportadora; una reestructuración de la base sociotécnica productiva que modificó profundamente las relaciones laborales y organización de los procesos de trabajo en el ánimo de incrementar la competitividad internacional de las empresas, con base en la flexibilización de las regulaciones del siglo XX; una ideología dominante, que postula a la economía de libre mercado como piedra angular de su proyecto político, en tanto elemento ordenador de cada esfera y actividad de la sociedad.
Es pertinente explicar que los anteriores cuatro elementos fueron desplegados desde la década de 1980 por el vínculo interactivo en torno a tres coyunturas históricas de una manera específica. Debido a que un momento de quiebre en el mundo del trabajo configurado a lo largo del siglo XX y el nacimiento de la actual época, puede ubicarse en la crisis multidimensional del año de 1982. En el sentido de que convergieron el agotamiento de los métodos de organización de la producción en las industrias, la crisis económica desatada por las dificultades de pago de la deuda internacional, así como la conformación de una nueva élite política que desde la administración del Estado pensó junto con las grandes empresas exportadoras el hasta ahora vigente modelo económico. Que, a su vez, requirió para su implementación una nueva forma de Estado que pudiese prescindir de los esquemas corporativistas y mediaciones que le cimentaron desde la Revolución mexicana; aunque, paradójicamente, recurrió al viejo pacto con el movimiento obrero para lograr el objetivo.
En un segundo momento, con el diseño y entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte en 1994, la estrategia económica de libre mercado dio lugar a la reestructuración y relocalización geográfica de la planta industrial hasta entonces existente, así como el correspondiente rompimiento de las cadenas productivas que prevalecían para el sostenimiento del mercado interno. Estrategia que priorizó como emblema, la privatización de empresas paraestatales y la emergencia de la Industria Maquiladora de Exportación.
Después, en los años de 2012 y 2017, en el ámbito jurídico se vivió un impasse en tanto que se realizaron reformas a la Ley Federal del Trabajo y a la Constitución, respectivamente, pero se percibían dificultades para su implementación. Ambas han sido impulsadas, tanto nacional como internacionalmente, por actores empresariales protagonistas del actual modelo económico e industrial. Por lo que su contenido está orientado a llevar al ámbito legal los elementos cardinales de su estrategia en las relaciones laborales y de organización de los procesos de trabajo: con base en la flexibilización, así como en la nueva dinámica de la impartición de justicia laboral en tribunales adscritos al Poder Judicial, mecanismos de conciliación, y las normas para el reconocimiento legal de los sindicatos. Lo cual, finalmente al tiempo presente, ha redundado en la dificultad para identificar elementos que permitan pensar en la previsión de un futuro inmediato certero por parte de los obreros industriales.
II.- Tensiones al interior de la estructura y posibilidades de acción política.
Si comprendemos a la clase simultáneamente como una relación estructural, un proceso histórico y un campo de conflicto, aquí la noción de estructura de clase refiere a la forma de vivir de las clases sociales y su posibilidad de actuar, o definir sus propios intereses. Sin que eso signifique alguna determinación mecánica, ya que tan solo encuadra un terreno de posibilidades de acción pues, precisamente, la acción de los sujetos se dirige contra ciertas estructuras para transformarlas.
Con base a lo expuesto en el apartado anterior, puede afirmarse que la configuración de la actual estructura de clase se sintetiza en dos expresiones clave: vulnerabilidad de la clase obrera y desregulación del mundo del trabajo. Las cuales entrecruzan a los cuatro pilares que están sosteniendo a la estructura de clase de la historia reciente, donde se recrearon por lo menos otras tres tensiones sociales centrales.
El primero de ellos atañe a la presencia fragmentada de la clase obrera, como un grupo social reducido en cuanto a su presencia cuantitativa frente al conjunto de la población asalariada, con un sueldo precarizado que limita su propia reproducción social, concentrado en el centro del país y la frontera norte, empleado mayoritariamente en centros con menos de diez trabajadores, casi sin experiencia organizativa relativa a una baja densidad sindical.
Por otra parte, un segundo pilar que desde el ámbito de la base sociotécnica de la producción industrial, subordina en gran medida a los obreros a los criterios empresariales de productividad y calidad en un contexto de competencia internacional. Lo que puso en crisis a las figuras obreras del siglo XX y consolidó la emergencia de otra nueva, predominante en la IME, sin estabilidad, flexible y polivalente.
En tercer lugar, la reconfiguración de la forma del Estado corporativo surgido de la Revolución mexicana y su planteamiento de coexistencia pacífica entre clases, sintetizó una correlación de fuerzas sociales distinta, ahora cimentada en una coalición de gobierno entre cúpulas empresariales exportadoras y la nueva élite política. Aunado a ello, la desaparición del anterior modelo contractual y el fin de la política tutelar del Estado con los trabajadores.
Por último, acorde con la nueva política económica y la tesis principal del pensamiento económico neoclásico sobre la desregulación de los mercados laborales, se cimentó un pilar tendiente a disminuir al mínimo posible cualquier mediación en el seno de las relaciones laborales, con un modelo contractual flexibilizado; en tanto recurso para potenciar las ventajas comparativas del país.
En sintonía con la noción de estructura de clase, dentro de la configuración delimitada por los mencionados cuatro pilares, es posible identificar tensiones que han coadyuvado a la manifestación de algunas acciones colectivas de grupos obreros.
Resulta pertinente aclarar que el concepto de tensión refiere al conjunto de fuerzas y relaciones sociales que interactúan, en este caso, en los distintos ámbitos del mundo del trabajo. Cuya existencia implica una oposición ya sea latente o explícita entre grupos sociales o personas. Que en la medida en que está sometida al ejercicio heterogéneo y desigual de poder entre las fuerzas que accionan sobre ella, puede provocar rupturas, deformaciones y crisis en el sentido de contravenir o, en contraparte, reforzar alguna configuración específica la estructura. De acuerdo a lo anterior, pueden vislumbrarse por lo menos tres ejes de tensión…..